Palabra poderosa: Viajar

Minsk, o cómo perder la cabeza en dos días

Minsk, o cómo perder la cabeza en dos días

Lunes de Marzo, a la noche. Buenos Aires, Argentina. Terraza de un Centro Cultural en Palermo. Cumpleaños de Facundo. Estamos ahí en ronda tomando unas cervezas y hablando un poco de todo cuando sale el tema de nuestro viaje.

¿Y después qué van a hacer? Después de Varsovia nos vamos en tren a Minsk, y de ahí a Moscú. ¿¡Minsk!? La capital de Bielorrusia* ¿Y por qué Minsk? Porque queremos llegar en tren y los argentinos no necesitamos visa para Bielorrusia. La mayoría de los países sí. Está justo en el medio. ¿Y qué hay ahí? No tenemos ni idea Tienen que traer anécdotas de Minsk. ¡Espero anécdotas de Minsk! Hecho

  • después nos enteraríamos de que Bielorrusia es el nombre que le dieron los rusos durante el comunismo, el nombre actual es Belarús

¿QUÉ COSAS NO SE PUEDEN HACER EN MINSK? El ingreso a Belarús fue sencillo. Un oficial de aduanas pasaba por el tren haciendo preguntas. Se acerco y con una gran sonrisa nos dijo “¿Turism?”, “Turism” respondimos. “¿Alcojol? ¿Cigarrets?”. “Whisky”, le respondí, por la botella que trajimos de Escocia. “Ein? Swei?”, “Ein”, dije, intentando entender por qué me preguntaba en alemán. Se rió y siguió su camino. A la mayoría de los que viajaban les hacía abrir el bolso, se ve que tenemos cara de buenas personas porque no nos revisaron nada.

Después vino la oficial de migraciones. Nos miró y nos dijo “¿Belarus?”, “Belarus” respondimos. Y no supimos qué más decir. ¿A dónde íbamos a querer ir si el tren terminaba en Minsk? Ella se quedó callada, con ganas de decirnos algo más, pero sin saber cómo. Nos selló los pasaportes y se fue.

Belarús es una dictadura. Una de las últimas que quedan en Europa. Apenas bajamos del tren el GPS del celular no nos andaba. Directamente había un gran globo celeste que envolvía a la pelotita azul ocupando todo el país. Una manera de decir: “estas en Belarús, pero no te vamos a decir dónde”. Caro me pregunta si usar los mapas no estaría prohibido, como sucede en China, y quedamos en buscarlo en internet cuando lleguemos al hotel. Sabíamos por ejemplo que sacar fotos en la calle era un tema complicado, no se puede sacar a edificios públicos y a veces un policía puede pedirte borrar las fotos sin mucho motivo. ¿Tal vez el GPS también lo era?.

Llegamos al hotel, nuestro “Palacio de ensueño” como se llamaba, y mientras Caro se duchaba me puse a buscar en internet: “¿Qué cosas no se pueden hacer en Minsk?” Y ahí estaba, número dos en la lista: “No se puede ir de Minsk a Moscú en auto o en tren”.

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UN PASAJE HASTA AHÍ Preguntamos en el hostel y nadie tenía ni idea. “¿Por qué no se podría?” nos decían. “¿Alguno de ustedes no tiene visa?” Decidimos entonces ir a la terminal de trenes y preguntar directamente ahí. Si alguien sabía algo tenían que ser ellos. En la terminal dimos varias vueltas hasta que encontramos una oficina de informes en donde previsiblemente nadie hablaba inglés. La señora que atendía en la oficina marcó un número de teléfono y me dio el tubo. “¿Por qué no podrían cruzar?” me preguntó la voz en el teléfono “¿alguno de ustedes no tiene visa?”. Cortamos y volvimos al hotel.

Antes de dormirnos nos miramos y dijimos que si en la estación de tren nos habían dicho que se podía, entonces tendría que poderse. Nos acostamos en silencio y los dos nos quedamos mirando el celular, buscando más información en internet acerca del cruce.

A la mañana siguiente durante el desayuno nos sinceramos. Yo había leído que nos podrían deportar. Caro había leído que nos podían hacer una multa de más de tres mil euros. Ninguno había dormido bien esa noche. Decidimos volver a la estación de tren y ver si alguien más nos podía ayudar.

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Y DE PASO, MANGAZO En el desayuno habíamos estado conversando con un belaruso a través de Google translate. En el modo conversación uno habla, Google traduce en voz alta, y te permite responder. Un flaco, alto, y rubio que trabajaba de mozo en Minsk y en Turquía. “Garzón” nos decía, y hacía el gesto de quien lleva una bandeja. Nos dijo también que no fuéramos a Moscú, que es un lugar feo y lleno de gente mala. El recepcionista del hotel, que estaba desayunando con nosotros, nos explicó que la población de Moscú es mayor que la población de todo Belarús, y que la gente de acá suele no querer mucho a los rusos. Una historia tan vieja como el tiempo.

Cuando salimos del hotel se nos pegó diciendo que se iba a trabajar en subte. Intentaba decirnos algo más, pero claro que Google Translate no funciona sin internet. Nos intentamos comunicar por señas para que entienda que nosotros íbamos a ir caminando. Nos pidió un pucho, pero no fumamos. Seguimos caminando y empezó a pedirle puchos a todas las personas que nos cruzábamos, sin resultados. Aunque tanto va el cántaro a la fuente que al final consigue un cigarrillo.

Pasamos la parada de subte, pero siguió con nosotros. Nos hablaba en ruso, esperando una respuesta. Quiso escribir en mi celular en Google Translate (el modo texto sí funciona offline), pero yo no tenía instalado el alfabeto cirílico. Después de mucho caminar entramos a la oficina de correos y nos despedimos. Ahí nos dijo la única palabra que le entendimos: “dólar”. Claro que venía acompañada de otras muchas palabras y volvimos a decirle que no le entendíamos. Se fue resignado. Concluimos más tarde que nos estaba pidiendo tres dólares para después a la noche devolvernos cuatro. Una inversión con un 33% de ganancia en unas horas, tiemblan las Leliq.

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UNA LÁGRIMA EN EL TELÉFONO En la oficina de venta de pasajes nos dieron un número de teléfono para llamar, era el del control de fronteras ruso. Volvimos a la oficina de informes y esta vez fue Caro quien habló con la voz en el teléfono. Le dieron un número de teléfono para llamar, del control de fronteras ruso. Bien, nadie sabe nada, pero al menos tienen el número de teléfono del que sabe. Y es el mismo número.

¿Dónde llamar por teléfono en Minsk? No habíamos visto un locutorio ni nada que se le parezca. Encontramos unos teléfonos públicos y funcionaban con tarjetas telefónicas, entonces nos fuimos a buscar un kiosco. La señora del kiosco no nos entendía nada, pero fue tal nuestra cara de desesperación que cerró el local y nos acompañó a un locutorio que estaba escondido en un pasillo del edificio. En los locutorios acá se paga antes de hablar y te habilitan el teléfono por la plata que les diste. Le dimos un billete y nos encerramos a llamar por teléfono. Un teléfono de disco que tardaba una eternidad en marcar. Una hora y media más tarde nos seguía dando ocupado el número.

Entonces decidimos cambiar la estrategia y llamar a la embajada argentina en Rusia. Ellos tenían que saber. Por suerte ahora llamaba y atendían del otro lado, pero cuando les preguntábamos “¿hablan español?” nos decían algo inentendible en ruso (en algún momento me pareció escuchar camarada: “tovarisch”) y cortaban. Probamos llamar al control de fronteras de Belarús, un número que habíamos conseguido buscando con el wifi de la terminal, y en este número sí nos atendían, pero nos cortaban enseguida.

Entonces se nos prendió la lamparita ¿puede ser que el teléfono no ande? Caro salió a buscar a la señora y a explicarle en lenguaje de señas que no andaba el teléfono y la señora vino, llamó a la embajada y empezó a hablar. Y no la escuchaban del otro lado. Y entonces el milagro sucedió. El teléfono estaba en MUTE. Sí, en los locutorios de Minsk se ve que los teléfonos empiezan en MUTE y hay que tocar un enorme botón rojo que está al lado del botón de colgar para desmutearlo. Bastante logico ¿no?

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LO QUE DIJO EL CONSUL Pudimos finalmente hablar con la embajada en donde una señora del otro lado del teléfono nos dijo en perfecto castellano: hagan exactamente lo que dijo el cónsul. Entonces con Caro nos preguntamos ¿qué nos dijo el cónsul?

La noche anterior habíamos mandado mails a varias páginas de visas y sitios oficiales. Entre ellos a las compañías ferroviarias y el consulado argentino. Solamente habíamos obtenido respuesta de Tutu.ru, la revendedora de pasajes de tren rusos que nos había vendido estos boletos, diciendo que podíamos tomar el tren con tranquilidad.

Revisamos el mail, pero no teníamos ninguno sin leer. Y claro que ahí estaba, en la carpeta de SPAM, la respuesta de nuestro querido cónsul argentino: “No crucen en tren, ese cruce no está permitido. Si quieren ir de Minsk a Moscú sólo pueden hacerlo en avión. O salir a otro país y de ahí entrar en tren.” Claro como el agua. Gracias Tutu por mentirnos tan vilmente.

NO VOY EN TREN Devolvimos los pasajes y buscamos los pasajes más baratos que hubiera para llegar a Moscú. Analizamos por un momento la alternativa de ir via Ucrania. Eran aproximadamente veinticuatro horas arriba de trenes con un par de cambios, pero al menos pasábamos unas horas en Kiev. Finalmente la descartamos. Había varios vuelos baratos que nos llevaban a Moscú. Había uno que salía esa misma noche y decidimos que cuanto antes estuviéramos en Rusia y con los pasaportes sellados, antes se nos iba a pasar el estrés. Sacamos los boletos, reservamos una habitación de hotel para la noche, y volvimos al hostel.

Una vez en el hostel le pedimos a la recepcionista, que ya nos había impreso los pasajes de tren, si no podía imprimir también nuestros boarding passes, mientras le contamos nuestras peripecias. Estaba completamente sorprendida ya que no sabía que ese tren era sólo para ciudadanos rusos o belarusos. Agarramos nuestras mochilas y nos disponemos a salir para buscar el bus que lleva al aeropuerto, era media hora caminando y después hora y media en bus. “¿Van al aeropuerto?” Nos dice una voz en inglés. “Los llevo”.

La voz resultó de ser Joel, un norteamericano que estaba visitando Minsk y se iba en ese mismo momento en un Uber al aeropuerto rumbo a Cracovia. No teníamos efectivo para darle, pero nos dijo entre risas “Lo hicieron por mí antes, ahora me toca devolver el favor. Devuélvanlo ustedes a quien lo necesite.” Genial. Ahora tenemos una deuda kármica.

¿Y SI PEDIMOS UNA PICADA? Llegamos al aeropuerto con mucho tiempo por delante. Lo recorrimos de punta a punta y en un momento el hambre empezó a hacerse presente. Decidimos despachar la mochila y entrar al sector de preembarque antes de comer algo. Mala idea. Como en todo sector de preembarque la comida es poca y cara, pero grata sorpresa fue advertir que tenían un salamín cortado en finas fetas escondido entre secos sanguchitos de miga. Un mimo a nuestro estómago. Llegamos a Minsk con la intención de cruzar Belarús en tren, pero nuestra gran travesía ferroviaria comenzaba con un inesperado desvío por las nubes.

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Próximo destino: Moscú