Atravesando la Costa Azul

DE VENICE A NICE Y así como llegamos a Venecia nos fuimos: en un Frecciarossa a toda marcha rumbo a Milán. El viaje en el tren de alta velocidad con internet (¿de alta velocidad también?) volvió a ser un placer. Esta vez el tren iba casi vacío y el trayecto a Milán fue muy breve.
En la estación de Milán teníamos que hacer un cambio de trenes para tomar un internacional (Thello) a Niza. Teníamos apenas veinte minutos para hacerlo, y veinte minutos pueden parecer mucho pero cuando tenés que ir de una punta a la otra de la estación y de los andenes es muy poco.El asunto es que el tren venía con tanta demora que ni figuraba en los carteles. Se fueron todos los trenes de todos los horarios menos el nuestro. A la media hora anunciaron que llegaba demorado y toda la gente salió corriendo para subirse. Y si todos corren, nosotros también. El tren arrancó quince minutos después de sentarnos…
El tren que va de Milán a Marsella es mucho menos “lujoso” que el Frecciarossa, pero va por una ruta costera preciosa: a la derecha montañas, a la izquierda el mar. Dato de color, al cruzar la frontera con Francia cambian los controladores (ahora son franceses), la voz del tren (ahora habla en francés primero y en italiano después), y hacen un chequeo de pasaportes (que fue más un chequeo de caras porque no nos pidieron nada). Lo primero que escuchamos al entrar a Francia fue: “Damas y caballeros, bienvenidos a Francia. El tren llegará a la próxima estación con una demora de 40 minutos por culpa de la línea italiana”
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NIZA, LA NISSA BELLA En Niza nos estaba esperando Claudia, que nos dio asilo en los días que pasamos a la ciudad. Lo primero que hicimos apenas llegamos (casi una hora más tarde de lo previsto y de noche) fue dejar las mochilas e ir a comer unas pizzas en un restaurante en el que todos hablan italiano. Un primer vistazo a la ciudad de Niza, que fue italiana durante muchos años y dejó de serlo por voto popular en el año 1860 (que los italianos siempre acusaron de fraudulento, entre ellos Giuseppe Garibaldi que se mudó a la frontera esperando recuperar la ciudad para Italia).
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NIZA, LA CIUDAD DE LOS ÁNGELES Niza es una ciudad costera en la que se destaca su extensa “Promenade des anglais” (el paseo de los ingleses) que recorre toda la bahía de los ángeles. Cuentan que esta rambla la construyeron a mediados del siglo XVIII para las familias inglesas que iban a pasar el invierno a Niza y les gustaba caminar por la costa. La bahía de los ángeles se llama así por tener ángeles de mar, un pececito similar al tiburón.
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NIZA, LA PROVENZAL Paseamos por el mercado en el ingreso de la ciudad antigua en donde abundan las hierbas y la lavanda, dos de las características principales de la región de Provenza. Las hierbas provenzales nada tienen que ver con la famosa provenzal, consisten en una mezcla de hierbas que se usan mucho en la cocina de la región como por ejemplo el tomillo, el orégano, el romero, o la albahaca. Las plantaciones de lavanda se pueden visitar, pero faltaba mes y medio para la época de floración aún y no se podían ver los campos violetas. Esto los salva de diecisiete páginas de fotos de flores, como cuando visitamos Keukenhof.
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NIZA, SU COCINA Un párrafo aparte merece la comida nizarda (niçoise). Todos, absolutamente todos, los bares/cafés del centro histórico vendían algo llamado socca. En algunos locales no había casi nadie, y en otros la fila de gente era intrigante. Nos pusimos en fila y pedimos. La socca es una especie de fainá, un panqueque de harina de garbanzo que se come caliente recién sacado del horno en unas bandejas pizzeras apenas con un toque de pimienta. Los bordes crocantes, el centro esponjoso, ¡y se come con la mano! Claro que Claudia no iba a dejar que en nuestro paso por Niza sólo probáramos la socca entonces preparamos una picada de especialidades de la región con un buen tinto y nos fuimos a despedir la tarde a la costa. Mención especial para los farcis, una mezcla de legumbres con algún tipo de carne que se come arriba de un poco de cebolla o morrón asado.
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NIZA, DESDE LO ALTO Observando a Niza desde lo alto se encuentra el Fuerte del monte Albán. Un fuerte militar del siglo XVI. En aproximadamente una hora se puede llegar hasta la cima y tener vistas tanto de la ciudad de Niza como de Villefranche sur Mer, la ciudad vecina. En el camino hay un parque en el que la gente se junta a comer y a despuntar el vicio más popular de la región provenzal: la petanca. Un juego de bochas en el que se suman puntos por estar más cerca del cochinillo (una pequeña bochita) que el rival. Lo juega gente de todas las edades y a lo largo de la subida al monte hay varias canchas armadas (aunque algunos lo juegan en cualquier lado, tanto que hay carteles que piden que en algunas zonas no se juegue).
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MARSELLA, LA CIUDAD FOCEANA Y de Niza nos subimos a un Ouibus, el Flixbus francés, y en un par de horas estábamos en la ciudad más antigua de Francia: Marsella. Fundada hace más de 2.500 años por griegos que venían de Focea, Marsella es la segunda ciudad más grande de Francia. El primer encuentro con la ciudad es impactante: una estación de tren híper moderna, y a la salida una enorme escalera de 1925 repleta de estatuas que da a una ciudad en constante movimiento. Un par de avenidas (y subidas y bajadas) más tarde y estábamos en nuestra habitación. ¿Cuándo va a considerar google maps que el mejor camino no siempre es el que tiene la distancia más corta? Aunque bienvenido sea el ejercicio, hay que saber subir y bajar.
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MARSELLA, ¿LA SOLEADA? Trescientos días de sol al año promete Marsella. Y como siempre que en una estadística el número parece abultado nadie piensa en los otros 65/66 días del año. Por supuesto que el fin de semana en que fuimos nosotros no estaba dentro de los 300. Nubes, lluvia, humedad, y frío. Al final no nos viene bien nada, cuando hay mucho sol nos quejamos y cuando se esconde atrás de las nubes también.
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MARSELLA, LA PULCRA En el viejo puerto de Marsella nos cruzamos con un gran mercado para turistas. ¿La vedette? El jabón de Marsella. No sólo vendían jabones para bañarse sino que vimos hasta colgantes hechos con jabones (¿para perfumar la casa?). El jabón de Marsella es un jabón en cubo hecho con una variedad de aceites. Cuentan que la primera jabonería de Marsella data de 1370, y que registraron la fórmula en la época de Luis XIV.
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MARSELLA, EN DÍA DE DESCANSO Un consejo importante es que si van a visitar el sur de Francia, consideren el domingo como un día de descanso. Salimos a pasear por la ciudad el domingo y nos sentíamos en una película de Will Smith y vampiros. No sólo la ciudad estaba completamente desierta sino que la poca gente que nos cruzamos parecía más querer huir y encerrarse en sus casas que otra cosa. Nos vino bien para descansar un poco los pies y desempolvar la cuenta de Netflix.
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Y de la tierra de los galos nos fuimos en avión a la tierra del galo portugués. Aunque en el aeropuerto no nos dejaron pasar ni la pasta de dientes ni la mayonesa, que se suman a las donaciones de cremas y shampúes que venimos haciendo en todos los aeropuertos que pasamos
Próximo destino: Faro