La eternidad del Sahara

ES UN DROMEDARIO, NO UN CAMELLO Un dromedario para cada uno. Los cuatro en filita y un guía por delante para llevarnos a dormir al desierto. Salimos por la tarde para poder ver el atardecer entre las dunas y esquivar el sol directo sobre nuestras cabezas. En el viaje nos comentan que lo ideal es despertarse a eso de las cinco de la mañana para poder ver el amanecer en el desierto. El atardecer acá, el amanecer allá. Nadie nunca te dice “no sabés lo bueno que se pone esto alrededor de las cuatro de la tarde”.
Viajar en dromedario es como ir en el caballo de una calesita a la que le cuesta arrancar. Sube, avanza, y baja. Pero todo con movimientos tan discretos que sentís todo tu cuerpo moverse para atrás y adelante. Sube. Chac. Avanza. Chac. Baja. Chac. Sube. Chac. Avanza. Chac. Baja. Chac. Y cada tanto el dromedario decide cagar y varios soretitos bien chiquitos van cayendo por la duna para abajo.
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ACERTIJOS EN LAS TINIEBLAS Entre las dunas nos esperaba una jaima, una tienda hecha con pieles de camello, con varias secciones armadas que servían de cocina, de cuarto para dormir, y de recepción. Cenamos una comida de lujo a la luz de las velas y de las estrellas, y después vino el momento de escuchar tocar los tambores a los que saben, y de creernos que sabemos hacerlo por un tiempo.
Después de demostrar que el ritmo no lo llevamos ni en la sangre ni en las manos pasamos a los acertijos. “¿Cuántas curvas tiene el desierto?” nos pregunta el guía. “Dos: izquierda y derecha” es la respuesta que nunca adivinamos. Nuestra inoperancia no lo desanima e insiste: “Tres personas caminan por el desierto, una ve el agua, la prueba, y la cruza, otra ve el agua, no la prueba, y la cruza, otra no ve el agua, no la prueba, y la cruza ¿qué pasó?”. Nuestras caras atónitas debían de brillar más que la luna, porque volvió a insistir con la pregunta hasta que se rindió con la respuesta: “¡una mujer embarazada con un hijo a upa cruzó un río!” nos dice entre risas.
Como los acertijos tampoco fueron lo nuestro decidió llevarnos a las dunas, para sacar unas fotos nocturnas y poder descansar sobre la arena antes de ir a dormir. Caminar sobre las dunas de noche es como caminar de día, pero con la arena fría y sin ver lo que uno pisa, que suele ser arena, pero a veces es algo más duro. ¿Otro acertijo? Pero esta vez la respuesta era fácil, la caquita de los dromedarios que va cayendo y se va poniendo dura al contacto con la arena. Y ojo porque atrae arañas, serpientes, y escorpiones.
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LA ARENA Y EL INFINITO Subir una duna es difícil. Cada paso que das para adelante es media pierna que se entierra en la arena. Hay una estrategia para subirlas, pero a veces de noche uno camina por donde puede y entonces se hace difícil avanzar. En un momento decidimos que donde llegamos se ve lo bastante tranquilo como para seguir subiendo, pero nuestro guía se va a perseguir otras dunas con Jéssica y David. Nosotros nos tiramos en la arena a ver la luna y las estrellas. El cielo completamente despejado y la ausencia de contaminación lumínica nos permitía ver luces en el firmamento que no se ven habitualmente. Y dunas de arena para todos lados.
No sé si la arena nos hace acordar al tiempo porque se usa en relojes, o si se usa en relojes por su relación con el paso del mismo. ¿Qué vino primero, la arena o el tiempo? Enfrentarse a las inmensidades todas juntas, la del cielo, la del desierto, la del tiempo, te hace poner la cabeza en pausa. Y de golpe una estrella fugaz pasa y te hace volver al tiempo presente, aunque sea por unos minutos.
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EL CURIOSO INCIDENTE DEL GATO DE MEDIANOCHE Volvimos a nuestra cama y nos dispusimos a dormir. El despertador puesto bien temprano para poder ver el amancer. Dos camas enormes, pero un solo “cuarto”. Jessica y David en una cama, y con Caro dormimos en la otra. En pleno viaje por la tierra de los sueños algo cae sobre mí y chilla. Y yo me despierto sobresaltado y gritando. La cabeza llena de preguntas. ¿Dónde estoy? ¿Dónde voy? ¿Quién soy yo? ¿Qué hora es? ¿Dónde estaré? Algo chilla más fuerte al lado mío y yo grito. Se asusta y salta sobre Caro, y luego se va corriendo. Recién ahí puedo prender una luz y ver un gato que se escapa. Caro a mi lado sorprendida. Nuestros vecinos preguntando qué pasó. Nada, me atacó un gato, papelón, volvamos a dormir y perdón.
REGRESO A MERZOUGA A la mañana siguientes, luego de ver el sol salir y anunciar el nevo día, nos volvemos a subir a nuestros dromedarios y volvemos para el pueblo. Nos sigue un perro, Cous-cous, que se lo nota muy a gusto corriendo por la arena.
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El viaje de regreso es igual de incómodo que a la ida, pero parece ser más largo. Los viajes de regreso siempre lo son, creo que por esa fantasía que tiene la ida de ir descubriendo siempre algo nuevo. En Merzouga nos están esperando los Mustafas, nuestro guía y nuestro chofer, para llevarnos a conocer otras partes de este desierto, pero no sin antes pegarnos una buena ducha y tomar un delicioso y completo desayuno marroquí.
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LA MÚSICA DE LOS GNAOUAS En esta región de Marruecos viven los Gnaouas, descendientes de antiguos esclavos liberados que mantienen e insisten en sus tradiciones. Visitamos una casa familiar en donde pudimos disfrutar de un buen té marroquí y escuchar un poco de su música. Había otros turistas escuchando cuando llegamos y otros llegaron después de nosotros. Los gnaouas cantan y tocan sus instrumentos casi sin descanso entre canciones. Cuando llegamos lo estaban haciendo. Cuando nos fuimos lo seguían haciendo.
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POR EL CAMINO DEL DAKAR Y LA RUTA DE LOS FÓSILES Cuando el París Dakar era realmente una carrera desde París hasta Dakar y no una competencia en sudamérica (?) parte de la ruta pasaba por este desierto. Fuimos a visitar lo que queda de estas pistas y a recorrer el desierto en 4×4. Conocimos la cantera desde la que se sacan los fósiles que habíamos visto el día anterior. Se ven a simple vista, sobre la superficie, pero para que la piedra sirva para algo hay que excavar bastante y muchas veces no se sabe si realmente la piedra tiene algo valioso adentro hasta que se le abre a la mitad.
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UN TÉ CON LOS NÓMADES Musta nos llevó a visitar una familia nómade con los que mantiene una relación desde hace ya tiempo. Viven en jaimas, similares a las que dormimos entre las dunas. Cuando una viaja por el desierto ve varias de estas jaimas espaciadas por cientos de metros en las que viven distintas familias. Apenas llegamos todos los chicos salieron corriendo a recibir a los Mustafas que habian llevado yogur y frutas de regalo. Pasamos unas horas ahí en la jaima, al abrigo del sol bajo la piel de camello, tomando té de menta y conversando.
El té de menta es un invariante marroquí, siempre presente, y siempre sinónimo de bienvenida. En esa charla acerca de la vida nómade y el desierto Musta nos contó que incluso hay gente que paga, y paga mucho, para vivir la experiencia de “ser un nómade” por unos meses y vivir con alguna familia en estas carpas. Pulp y su Common People se quedaron muy cortos.
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Y después de una tranquila noche en el hotel de Merzouga en la que nos fuimos a caminar entre las dunas para despedirnos del desierto, volvimos a hacer nuestras mochilas y partimos nuevamente rumbo a Fez.
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Próximo destino: Fez