Marrakech, la puerta del África

SIEMPRE TENDREMOS PARÍS Imposible no flashear Humphrey Bogart cuando uno pisa las calles de Casablanca, pero de esa ciudad fílmica nada queda (si es que alguna vez hubo algo). Casablanca es una gran urbe de la que nos habían advertido (y más de una vez) que tuviéramos cuidado. Ya al bajar del bus notamos que el ambiente era un poco distinto al resto de las ciudades marroquíes. Más áspero. Más urbano.
El hotel quedaba cerca de la terminal y parecía de los años cincuenta. Parecía que la última vez que alguien había limpiado fue en los años cincuenta. Hasta la recepción se veía en blanco y negro. La habitación era enorme y compartíamos el baño con una familia de cucarachas. Por suerte muy ordenadas ellas, nos turnábamos el uso de la ducha.
Uno de los sitios turísticos más importantes de Casablanca es la mezquita, que es la única en la que se permite el ingreso a no musulmanes en Marruecos. Pero como era viernes día previo al Eid, estaba cerrada. La medina era una tienda de baratijas al lado de otra, y mucha, mucha, ropa imitación de marcas.
Casi no había turistas. Ni mujeres. Todos hombres corriendo de acá para allá. Literalmente corriendo. Nos metimos por los pasillos de la ciudad y no nos sentimos muy bienvenidos por las miradas y algún escupitajo en dirección a mis zapatos. ¿Casual? ¿Intencional? Volvimos al hotel, no sin antes abastecernos para la cena, y nos tiramos en la cama a ver a Rusia golear a Arabia Saudí. Al día siguiente nos fuimos bien temprano en bus. No fue el comienzo de ninguna bella amistad.
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¡EID MUBARAK! El fin de Ramadan se denomina Edi al-Fitr y se celebra con la expresión “Eii Mubarak”. ¿Qué es? La fiesta del desayuno (o de la ruptura de ayuno si somos literales). Los festejos duran tres días. La gente come toda junta, estrena ropas, se dan regalos. A nosotros nos agarró viajando entre Casablanca y Marrakech. Al igual que a tantas otras personas que aprovechan los días festivos para reencontrarse con sus familias.
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MARRAKECH, EN DÍA SANTO Y DEPORTIVO Llegamos a la ciudad en el día más tranquilo y movido que debe de haber tenido esta ciudad en los últimos veinte años. No sólo era Eid, feriado y con muy poca actividad, sino que llegamos a la hora en la que Marruecos debutaba con Irán. Nadie en las calles. Nadie en los locales. La ciudad toda para que nosotros caminemos bajo el rayo del sol desde la terminal a la puerta de la kasbah, y de ahí al hotel.
El hotel era un típico Riad marroquí. Una enorme casa alrededor de un patio central con muchas habitaciones, y muy difícil de encontrar en el laberinto que es la medina. Por suerte en booking unos turistas que se habían alojado antes que nosotros dejaron unas fotos para que nos ubiquemos. Las indicaciones eran “tomar el pasillo entre la casa de Yamaha y el Transformer”. Y sí, a falta de uno, había dos enormes Transformers para recibirnos.
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YAMAA EL FNA, PLAZA DE TODAS LAS PLAZAS Yamaa es la plaza central de Marrakech, alrededor de la cual giran todas las actividades de la medina. En esta plaza uno puede encontrar de todo: encantadores de serpientes, mujeres que pintan con henna, contadores de cuentos, aguadores, paseadores de monos, juegos de azar y vendedores de (casi) cualquier cosa. Hasta había uno que te cobraba un dirham (10 centavos de euro) por pesarte en su balanza.
De todas estas actividades hay miles de estafas e historias. Dicen que hay encantadores de serpientes que le cosen la boca a las serpientes para no ser mordidos y morir. Que hay mujeres que pintan con henna que te agarran de imprevisto, te hacen un dibujo, y después te cobran por su “trabajo”. Que los que pasean monos te lo suben a upa para la foto y te cobran fortunas para bajarlo. Los contadores de cuentos son los que atraen a la mayor cantidad de gente, pero lamentablemente no entendemos árabe para saber lo que están diciendo.
La plaza actúa también de punto de encuentro dado que muchas excursiones salen de aquí y que los autobuses del aeropuerto te traen por pocas monedas.
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LA PLAZA DE LAS DELICIAS Yamaa es también centro gastronómico de la ciudad. Repleta de carritos que ofrecen jugos de toda combinación imaginable, rodeada de cafés con terrazas para relajar y mirar de lejos el bullicio, y por las noches llena de carritos de diversas comidas cuyos promotores hacen lo imposible para llevarte a su puesto a comer. Uno, pensándonos españoles, nos dijo que íbamos a comer mejor que con Arguiñano. Cuando se enteró que éramos argentinos nos dijo: ¡mucho mejor que Doña Petrona!
Caminar por la plaza es por momentos agobiante. Los promotores te insisten hasta el hartazgo, llegando a veces a agarrarte del brazo para no dejarte ir. Una promesa de “ahora no, después” es recordada constantemente. En especial cuando te cruzan al día siguiente y no fuiste a su local. Uno nos despedía al grito de “¡chamuyeros!”. Otros se ponían un poco más violentos verbalmente. Por suerte cuando uno se enoja un poco, reculan. Después de todo son vendedores y no quieren espantar a toda la clientela.
Acá cenamos todas las noches, algunas veces buscando puestos en las callecitas de la medina cercanas a la plaza y volviendo a esta para tomar un café especiado con masas antes de ir a dormir. Otras animándonos a las exquisiteces que se nos ofrecían: sopa de caracol, cerebro y lengua de cordero, tangia. Hasta Caro se animó a pedir unas papafritas que estaban frías y repletas de aceite.
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TANGIA, SUEÑO DE UNA NOCHE MARRAKECHÍ Es un plato que había probado en mi anterior visita a Marrakech y nunca supe qué era ni cómo se hacía. Esta vez fui a la plaza dedicado a encontrarla nuevamente. Una de las comidas tradicionales marroquíes es el tagine, que se prepara en esa pieza de cerámica con forma de cono de igual nombre. La tangia es una respuesta marrakechí al tagine. Cocinada tradicionalmente por hombres (algo muy extraño en la cultura marroquí), lleva exclusivamente cortes de carne más duros, y su cocción es muy lenta, para que el hueso se desprenda solo de la carne. Tiene un gusto muy especiado. Y claro, se come con la mano y un pan, como buen marroquí.
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CARNERO ASADO Mención especial merece el callejón del mechui. El mechui es una comida tradicional marroquí. Hacen un enorme pozo y le van poniendo brasa para que caliente. A este pozo bajan dos o tres corderos, tapan el pozo y los dejan asarse por varias horas, manteniendo el calor. De esta forma el cordero se hace lento y la carne se deshace en la boca.
El callejón del mechui está en una de las callecitas que sale a la plaza y es muy fácil no encontrarlo porque sólo opera dos o tres horas al día dado que el cordero vuela enseguida. Está justo al lado del zoco de las aceitunas, donde hay local tras local tras local con pilas de aceitunas de distintos colores, olores, y sabores.
Claro que fuimos ahí y pedimos nuestra ración de cordero. Nos preguntaron si para llevar o para comer en el lugar. ¿En el lugar? El lugar es una mesa detrás del mostrador. Comimos ahí compartiendo la mesa con un señor de Casablanca, tomando un buen té de menta, y salando la carne con la sal con comino típica de Marruecos. Para chuparse los dedos (lliteral, dado que comer con las manos deja todos los dedos grasientos). Calculo que de ahi vendrá el nombre “¡mechui!”.
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UNA MEDINA MÁS AMIGABLE La medina de Marrakech es también enorme y laberíntica y llena de gente que te dice que la calle está cerrada o que por ahi no vas a donde quieres ir, auque no sepan a donde quieres ir. También tiene varios locales en los que te insisten para comprar y meterte a ver lo que venden, por más que no quieras llevarte una alfombra o unas lámparas de vidrio. Pero tiene una característica especial y es que en casi todo momento siempre se puede encontrar una calle que sale a la plaza, o un cartel que indica qué camino tomar para llegar a esta. Y ya estando en la plaza es muy fácil volver a ubicarse, y salir para otro lado.
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TUMBAS DE LA GLORIA En el barrio en el que estaba nuestro hotel se encuentran las tumbas saadíes. Cuentan que cuando tomó el poder Mulay Ismael (en 1677) destruyó el palacio saadí dejando sólo las ruinas, pero que con las tumbas no se animó y las mandó simplemente a sellar para que no se pudiera ingresar. Cuando los franceses tomaron control de la ciudad, en un recorrido aéreo las descubrieron y notaron que ese sector no tenía ingreso. A partir de ahí permitieron las visitas al público, que no cesa de venir desde 1971. Las tumbas son varias, algunas al aire libre, la de los sirvientes, y otras mucho más decoradas.
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PALACIO BAHIA Que nada tiene que ver con la palabra “bahía”, sino que su nombre viene de una de las amantes del gran vizir. Es un precioso palacio en el centro de Marrakech en el que pasamos buenas horas de la tarde. Tiene varios jardines dado que fue edificado por un amante del paisajismo y un enorme y luminoso patio con dos fuentes. Se encuentra en perfecto estado de conservación y recorrerlo te aleja por un tiempo del bullicio constante de la ciudad. Cuentan que cuando lo construyeron tuvieron la intención de hacer el palacio más hermoso de todos los tiempos, y la verdad es que estuvieron bastante cerca de lograrlo.
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RUMBO AL DESIERTO Nuestro tiempo en la ciudad roja estaba llegando a su fin. Habíamos arreglado con mi amigo Mustafa de MustaTours un viaje para conocer al desierto del Sahara. Nos encontramos con nuestro chofer Musta Pha (¡otro Musta!) en la plaza (¿dónde si no?) y alli conocimos a la pareja de españoles, Jéssica y David, que nos iban a acompañar en esta aventura y que habíamos contactado por Facebook. Abrochamos los cinturones y partimos rumbo a Merzouga.
Próximo destino: Merzouga